Por Jorge Martínez, Región de los Dos Ríos

¿Cómo pensamos la soberanía alimentaria desde las latitudes que ahora nos encontramos en La Vía Campesina? Crear Soberanía Alimentaria implica pensarse, antes que nada, la Soberanía. ¿De qué formas logramos identificar las redes de dependencia energética? ¿Cómo logramos entender el territorio desde el territorio? ¿Cómo vinculamos políticas públicas para el fortalecimiento de la declaración de los derechos campesinos?

Cuando nuestros antepasados se acercaron a las semillas, observaron primero el bosque. La domesticación de ellas implicó el asentamiento humano en el 8.000 Antes de Cristo. Este hecho marcaría para la humanidad el inicio de una aventura que no puede terminar capturada por la privatización de los recursos, la cual ha sido ampliamente impulsada por la formación capitalista moderna. Es, justamente, desde el origen de los primeros asentamientos humanos que nos decimos soberanos cuando disponemos de semillas y alimentos como formas sanas de relacionamiento con la naturaleza.

En la Octava Conferencia Internacional de la Vía Campesina (que se realizó en Bogotá entre los días 1 y 8 de diciembre de 2023) se organizaron espacios para la reflexión en torno a nuestros territorios y nuestro cuerpo como parte de él; además, también reflexionamos sobre las semillas, la Soberanía Alimentaria y las herramientas políticas como el feminismo y la lucha antipatriarcal. De allí han surgido grandes reflexiones que aportan luces para comprender que la cultura de los monocultivos, impulsada por los capitales industriales, es la representación de la cultura de los agronegocios, que busca homogeneizar la diversidad de lo humano, las plantas, los animales y de formas tan sutiles como los organismos de una sola célula.

La trazabilidad del horizonte al que apuntamos se nutre desde todas las latitudes. Gentes de todos los lugares (África, Asia, Oceanía, Europa y América) nos tejimos desde la palabra y la praxis para pensar-hacer modelos de agricultura campesina familiar que garanticen a quienes producen nuestros alimentos, la permanencia en los territorios, el acceso y garantías de semillas nativas, un ambiente saludable, el acceso a tierras productivas y agua para los cultivos y el derecho a alimentarse.

Los modelos de “desarrollo” ampliamente impulsados por los EEUU desde 1946 (a través de la intervención de sus burocracias en lo que se conoció como Alianza Para el Progreso) han sentado el precedente de dependencia sobre las formas técnicas, científicas y políticas para las latitudes que no lograron subirse al carro de la industrialización por sustitución de importaciones, medida “proteccionista” de la postguerra que generó una gran concentración de capitales industriales en pocas manos.

¿Podemos vernos enfrentados como especie a un proceso de extinción? Solo hasta el 2056 el planeta comenzará a experimentar un proceso de inflexión en los natalicios y las prácticas modernas. La vida cosmopolita, la sed de acumulación de riquezas y la cultura impuesta por la actual forma de producción capitalista ha condicionado el entorno hasta conducirnos a la actual crisis energética. Entonces, ¿cómo vamos a producir alimentos para todos y todas? ¿Cómo vamos a garantizar que todas las personas dispongan alimentos sanos y saludables? ¿Cuáles son las estrategias en momentos contingentes como este?

La agricultura terminó capturada por las industrias que, antaño, se dedicaron a producir insumos para la Segunda Guerra Mundial. La base de concentración científica y tecnológica “refinó” armas biológicas usadas para la desestabilización de zonas de abastecimiento agrícola, como fue el riego de Fusarium spp. en campos de cultivos de zonas de Indochina durante las guerras de desestabilización regional impulsadas por el imperio estadounidense. A su vez, esta concentración definió el orden geopolítico mundial condicionando las formas de producción de los sectores campesinos.

La apropiación social de los saberes y la deslocalización de los métodos y técnicas científicas que hacen operar la actual estructura de las relaciones sociales, implica el reconocimiento de la otredad como forma integral de la existencia. Semillas libres de patentes, centros de saberes comunitarios rurales, biofábricas para la gestión de la producción, feminismo popular rural y el cuidado del agua y el bosque hacen parte de la defensa de la Soberanía Alimentaria y la defensa de la cultura del saber que nos pertenece como acumulado de la experiencia histórica frente a la apropiación del sistema agroalimentario industrial capitalista.

Allí, donde lo campesino no es sometido sino complementario, donde las prácticas refuerzan la vida y lo vivo, se resiste a las regulaciones que concentran el conocimiento y destruyen las prácticas culturales y ancestrales de relacionamiento con la tierra. El monopolio jurídico y los esquemas de seguridad de los Estados generan, en oposición a la cultura de quienes reconocen otras prácticas de producción agrícola, una lógica de inclusión y exclusión, ampliando aún más la brecha de concentración de capital y conocimiento, al mismo tiempo que afianza la dependencia a un modelo de colonialismo, reforzado por las bases del sistema agroindustrial. La mercantilización del conocimiento y su concentración disponen nuevas fases del capitalismo cognitivo que refuerza aún más la idea de la hiperespecialización, que fracciona al mundo en partes aisladas del entorno.

Reconocemos que el punto de inflexión que experimentan actualmente todas las formas de vida en la tierra se debe justamente a que vemos “eso” o “aquello” como algo que se encuentra externo a nosotros mismos. La tierra —aunque realmente los estudios científicos demuestran que se está enfriando hace bastante tiempo— atraviesa un proceso de calentamiento global en el que las formas de producción de energía, que sostiene las formas de vida modernas, aceleran la subida de temperatura. El último de estos procesos ocurrió hace 10.000 años y extinguió una variedad diversa de flora y fauna. Entonces, podríamos pensar que la tierra se encuentra amenazada también por las prácticas y las formas de relacionamiento que hemos establecido con ella. De allí que sea necesario construir apuestas colectivas para el cuidado de las fuerzas de la vida y lo vivo, romper barreras culturales y del lenguaje que posibiliten un proceso dialógico entre las diversas organizaciones y/o colectividades que ya vienen caminando desde el mundo rural.

Un hito importante —como el encuentro donde surgió La Vía Campesina en Managua (Nicaragua), en 1992— ha marcado la hoja de ruta para las organizaciones campesinas que, desde el intercambio de experiencias, el análisis colectivo y la sistematización de estas, le ha apostado a la visión del  “Qué queremos” y la construcción de la estrategia a partir de pensarnos  “Cómo lo lograremos”. Es así como se ha ido tejiendo la voz del campesinado a nivel mundial, para constituir formas de biopoder campesino que se antepongan a las formas del poder mercantil capitalista, pensado desde la reivindicación de los derechos campesinos (como el acceso a tierra, el derecho a la alimentación, garantías de permanencia en los territorios, acceso a semillas nativas, Agroecología y Soberanía).

La Vía Campesina se ha instituido a partir de las reivindicaciones de las luchas campesinas por la Reforma Agraria, como punto de partida. Para nadie es un secreto que la formación de los Estados modernos ha sido posible gracias a las políticas implementadas —o la carencia de ellas— para el fortalecimiento de las formaciones sociales rurales en relación a la importancia de preservar la cultura campesina en relación a las formas y medios de producción, y a las políticas implementadas por los gobiernos como medidas contingentes al modelo económico en pugna con las reivindicaciones sociales que se materializan a través de la implementación de políticas públicas

Es por ello que en 1999 se lanzó la “Campaña Global por la Reforma Agraria”, en articulación con el Food International Action Network y con la Red de Investigación y Análisis, como una plataforma para apoyar las reivindicaciones por la tierra y los microembriones de poder popular por la Reforma Agraria, y para hacer incidencia en las políticas internacionales y la opinión pública.

En la Octava Conferencia Internacional de la Vía Campesina, nos reunimos personas hablantes de 17 idiomas y una multiplicidad de habitantes del gran macrobionte, reafirmando así la apuesta colectiva y política del cuidado colectivo y la equidad de género, el feminismo y la lucha contra el patriarcado, y la comunicación popular. En este camino también se ha reflexionado sobre la necesidad de generar espacios de fortalecimiento teórico, espacios específicos de formación para los hombres y nuevas formas de educación.

Asimismo, el cuidado colectivo desde las realidades campesinas e indígenas nos convoca a romper las formas convencionales de separación de la realidad mundial para comprender el principio de solidaridad e internacionalismo. Ejemplo de ello es nuestro grito en apoyo al pueblo palestino. En medio de un contexto de guerra, vemos cómo las y los campesinos e indígenas de Palestina intentan reconstruir el tejido social roto por las bombas del Estado de Israel —de fabricación estadounidense—, que han hundido barcos pesqueros, desgarrado el arado y socavado lo más valioso y sagrado en la vida: los niños y niñas, las mujeres y ancianos, los animales que habitan allí y la esperanza de  miles. Hoy más que nunca es necesario construir un tejido de culturas del cuidado, así como diálogos que generen posicionamientos éticos y humanos frente la barbarie.

El plan de acción para el periodo de 2024-2028 del trabajo de La Vía Campesina le apuesta a la construcción de la unidad en la diversidad, a la construcción de Soberanía Alimentaria y a generar propuestas y prácticas para afrontar el cambio climático, denunciar las falsas soluciones que impone la Organización Mundial del Comercio a través de sus aparatos de poder y sus políticas amañadas que afectan a las gentes de la realidad campesina. Además, también será una tarea el darle valor significativo a los polinizadores (como estrategia para la polinización y mantenimiento a largo plazo de ecosistemas), a la comunicación popular para la construcción colectiva y al posicionamiento como movimiento ante el avance del sistema neoliberal.

Los 30 años de trabajo de La Vía Campesina han posibilitado un ejercicio dialógico en este momento histórico donde se revaloran las formas y principios de ordenamiento social, en medio de un sistema de guerra y muerte, de barbarie e incertidumbre. Es por ello que las reflexiones suscitadas en la Octava Conferencia fundamentan las vías que debe seguir transitando el campesinado mundial para este proyecto de sociedad y civilización que hemos de reconstruir paso a paso —a veces como los caracoles: lento pero avanzando hacia la unidad— en clave del fortalecimiento de los sectores campesinos y otros sectores de la sociedad para superar los desafíos que enfrenta un mundo que se conecta cada vez más con su sentir profundo.